La carga
Jana Sterbak, Sisyphe, 1998.
Aquí Sísifo, como todos los días, como siempre desde que el mundo es mundo para los humanos; pero de esto ya hemos hablado bastante, forma parte elemental y constituyente de nuestra historia, de nuestra propia vida; es lo habitual, una manera más, entre otras muchas, de contarlo. En el fondo, es la imagen diferida de todos nosotros, la narración conocida de una montaña cierta. La repetición de una idea se transforma a menudo en la repetición de una obsesión, en un misterio desconocido, y Sísifo, en la espesura, se nos presenta como un personaje misterioso y obsesivo. En cambio, las investigaciones científicas tienden a acorralar su misterio mostrándonos a la vez la desnudez precisa de su forma, la composición y el funcionamiento de su máquina, el interior descarnado de su contenido; a pesar de ello (o quizás por ello mismo: porque, al parecer, carece de fantasma) a Sísifo le sigue pesando la esfera con la misma intensidad que el primer día; la esfera de Sísifo, a fin de cuentas, sigue siendo única y la misma. El Sísifo de Jana Sterbak, además, como todos los Sísifos del mundo, a pesar de saberse insuficiente y condenado, prosigue laborioso con su tarea; carece de alma o de espíritu (al menos, esto es lo que afirmaría la ciencia al ver las espaldas de Sísifo) y transporta su trofeo, dependiendo del punto de vista del observador o de la perspectiva de la mirada, con orgullo o de forma mecánica. A pesar de todo, en todo momento, sigue siendo nuestro gran amigo Sísifo. Y es que la repetición de una idea, después de muchas vueltas, se transforma inevitablemente en la repetición de un interrogante obsesivo. ¿Qué hace Sísifo? ¿Quién es Sísifo? ¿Cómo es Sísifo? Para entender a Sísifo, allí donde la materia espejea, algunos escribirán poemas sobre dorados hombros de humanos perseguidos; otros, en cambio, preferirán escribir su historia natural, la secuencia completa y definitiva de su ADN. Porque Sísifo, entre piedra y piedra, entre esfera y esfera, es a la vez observador privilegiado y observado; y a pesar de las herramientas elegidas para su relato o para su comprensión, no ha variado nunca de método, sigue siendo Sísifo en la eterna consumación de su destino. Curiosamente, aunque entendemos que el Sisyphe de Jana Sterbak trata del propio Sísifo, el protagonista de la obra de arte, en este caso, no es el porteador de la esfera sino la esfera misma, la piedra material o mistérica con la que Sísifo entretiene sus horas. En la imagen de Sterbak, el material humano nos da la espalda porque, en el fondo, no pretende revelar nada que nosotros desconozcamos: nosotros mismos somos Sísifo a diario, en cada momento de nuestras vidas. ¿Quién necesitaría entonces verse reflejado como Sísifo? En cambio, recordar la esfera es nuestra obligación humana, inevitable y necesaria. Y de la carga humana a fin de cuentas es de lo que siempre trata el arte verdadero, de las múltiples cargas, esferas o piedras que soportamos a cada instante los humanos. Eso sí, la ciencia nos explicará también qué minerales componen la densidad de la carga, cómo funciona nuestra mente en contacto con la esfera, cómo aliviar nuestro dolor cuando la piedra golpea nuestro tejido. Pero, entre tanto, la carga continuará su antiguo cometido y Sterbak aprovechará para mostrarla detenida, en el centro de una imagen. La imagen no nos desvelará el profundo por qué de la carga porque, a pesar del arte y a pesar de la ciencia, a pesar de las herramientas elegidas para su relato o para su comprensión, la carga, en sí misma, no posee ningún significado: más bien carece de sentido.
Aquí Sísifo, como todos los días, como siempre desde que el mundo es mundo para los humanos; pero de esto ya hemos hablado bastante, forma parte elemental y constituyente de nuestra historia, de nuestra propia vida; es lo habitual, una manera más, entre otras muchas, de contarlo. En el fondo, es la imagen diferida de todos nosotros, la narración conocida de una montaña cierta. La repetición de una idea se transforma a menudo en la repetición de una obsesión, en un misterio desconocido, y Sísifo, en la espesura, se nos presenta como un personaje misterioso y obsesivo. En cambio, las investigaciones científicas tienden a acorralar su misterio mostrándonos a la vez la desnudez precisa de su forma, la composición y el funcionamiento de su máquina, el interior descarnado de su contenido; a pesar de ello (o quizás por ello mismo: porque, al parecer, carece de fantasma) a Sísifo le sigue pesando la esfera con la misma intensidad que el primer día; la esfera de Sísifo, a fin de cuentas, sigue siendo única y la misma. El Sísifo de Jana Sterbak, además, como todos los Sísifos del mundo, a pesar de saberse insuficiente y condenado, prosigue laborioso con su tarea; carece de alma o de espíritu (al menos, esto es lo que afirmaría la ciencia al ver las espaldas de Sísifo) y transporta su trofeo, dependiendo del punto de vista del observador o de la perspectiva de la mirada, con orgullo o de forma mecánica. A pesar de todo, en todo momento, sigue siendo nuestro gran amigo Sísifo. Y es que la repetición de una idea, después de muchas vueltas, se transforma inevitablemente en la repetición de un interrogante obsesivo. ¿Qué hace Sísifo? ¿Quién es Sísifo? ¿Cómo es Sísifo? Para entender a Sísifo, allí donde la materia espejea, algunos escribirán poemas sobre dorados hombros de humanos perseguidos; otros, en cambio, preferirán escribir su historia natural, la secuencia completa y definitiva de su ADN. Porque Sísifo, entre piedra y piedra, entre esfera y esfera, es a la vez observador privilegiado y observado; y a pesar de las herramientas elegidas para su relato o para su comprensión, no ha variado nunca de método, sigue siendo Sísifo en la eterna consumación de su destino. Curiosamente, aunque entendemos que el Sisyphe de Jana Sterbak trata del propio Sísifo, el protagonista de la obra de arte, en este caso, no es el porteador de la esfera sino la esfera misma, la piedra material o mistérica con la que Sísifo entretiene sus horas. En la imagen de Sterbak, el material humano nos da la espalda porque, en el fondo, no pretende revelar nada que nosotros desconozcamos: nosotros mismos somos Sísifo a diario, en cada momento de nuestras vidas. ¿Quién necesitaría entonces verse reflejado como Sísifo? En cambio, recordar la esfera es nuestra obligación humana, inevitable y necesaria. Y de la carga humana a fin de cuentas es de lo que siempre trata el arte verdadero, de las múltiples cargas, esferas o piedras que soportamos a cada instante los humanos. Eso sí, la ciencia nos explicará también qué minerales componen la densidad de la carga, cómo funciona nuestra mente en contacto con la esfera, cómo aliviar nuestro dolor cuando la piedra golpea nuestro tejido. Pero, entre tanto, la carga continuará su antiguo cometido y Sterbak aprovechará para mostrarla detenida, en el centro de una imagen. La imagen no nos desvelará el profundo por qué de la carga porque, a pesar del arte y a pesar de la ciencia, a pesar de las herramientas elegidas para su relato o para su comprensión, la carga, en sí misma, no posee ningún significado: más bien carece de sentido.
2 comentarios
Enrique -
En fin, no creas que me olvidado de las referencias filosóficas (es decir, literarias, que no otra cosa es la filosofía que ejercicio literario). Esta noche, cuando llegue a casa, te hago un hueco y te mando la bibliografía. Te explicaré el orden de la misma en la investigación. También te explicaré el sentido o sinsentido de ésta. Así me cuentas qué te parece. Te agradeceré que, si conoces algún texto que pueda incluirse en la investigación, lo compartas conmigo.
Bueno, te dejo, que reclaman a Sísifo (que me reclaman, vaya). Un abrazo.
Otis B. Driftwood -
Personalmente me encantaba la versión que del mito se hacía en la serie de dibujos "Ulises 31", donde la roca no iba hacia arriba, sino que caía por un pozo aparentemente sin fin, y Sísifo acababa descubriendo que sólo lo hacía para llegar a una tétrica cadena de montaje donde era recompuesta y vuelta a llevar al borde de la fosa. Nunca vi mejor representada la desesperación... y nunca me dio más miedo un dibujo animado.
Un abrazo
(por cierto, acuérdate de mandarme esas recomendaciones literarias ;-)